sábado, 7 de octubre de 2017

LAS UPA, PROYECTO ARTICULADOR DE LA FORMACION EN EL PFG COMUNICACION SOCIAL

VII JORNADAS DE PRODUCCIÓN Y RECREACIÓN DE SABERES
II ENCUENTRO NACIONAL DE SABERES EN SALUD COLECTIVA
MEMORIIAS DEL EVENTO
Maracaibo, 27, 28 y 29 de septiembre de 2017

José Javier León[1]


Resumen
Los medios de comunicación son esenciales en la construcción de cualquier proyecto político. Sabemos cómo influyen y cómo determinan la cotidianidad. Por eso, todos los esfuerzos que se hagan para contrarrestar sus efectos negativos serán pocos frente a la inmensa influencia que ejercen. También se debe reconocer que la población más vulnerable a los efectos negativos de los medios son los niños y niñas, jóvenes y adolescentes, de modo que, si se quiere actuar sobre la construcción de valores, debemos acudir a estos grupos con contenidos y estrategias comunicacionales alternativas. El proyecto de las UPA (Unidades de Producción Audiovisual) tiene como objetivo, mediante la metodología de la Investigación-Acción, crear una plataforma o base de producción de contenidos y estrategias de comunicación que resuelvan de manera estructural dos problemas: el desarrollo profesional de los egresados de la UBV y la producción de contenidos liberadores que se enfrenten desde las bases a la hegemonía mediática capitalista. En la ponencia se presenta la configuración del proyecto UPA, la formulación de Planes de Formación transversal y especializada, y los avances que se han dado desde la Coordinación de Integración Socio-académica en función de la economía productiva.  

Palabras clave: PRODUCCION AUDIOVISUAL, SABER Y TRABAJO, PROYECTO, ARTICULACION


El problema teórico. Aunque mucho se dice que los estudiantes han de formarse para el trabajo, no pasa de ser un desiderátum. En todo caso, para ajustarnos a la realidad, se debe precisar qué tipo de formación hemos recibido y reciben los estudiantes, y qué trabajo les espera, si es verdad que les espera.
La experiencia nos dice que la educación que reciben está desconectada y desvinculada de la realidad laboral, que los trabajos están alejados de la formación universitaria. Incluso el diagnóstico menos acucioso de la realidad deja al descubierto que existe una distancia abismal entre la educación y el trabajo, y que ese desfase lo padecen como un verdadero trauma los jóvenes que antes y peor después de su formación universitaria apenas si saben qué les gustaría estudiar y para qué. Hoy, en una crisis mundial y que sólo la miopía hace ver como exclusiva o propia, ese desbarajuste se expresa en desencanto, deserción, poco estímulo y falta de rigor tanto en los docentes como en los estudiantes. La educación devino una actividad que no exige sacrificios, salvo externos y a lo sumo pecuniarios.
Por otro lado, la organización capitalista ha cambiado y se ha impuesto un nuevo paradigma productivo, el posfordismo: “Esta nueva forma de producción y distribución parece requerir una sociedad de trabajadores por cuenta propia, no asalariados” (Bologna, 2006: 35). El problema es que, en la UBV no estamos formando trabajadores por cuenta propia no asalariados. En realidad, seguimos operando bajo el paradigma fordista, creemos que nuestros egresados irán a trabajar a una empresa y tendrán un salario 15 y último, aunque esto ocurrirá sólo excepcionalmente, pues la regla será: desempleo y/o trabajo precario. Creemos seriamente que, si no los contrata la empresa privada, el Estado a través de su aparato burocrático o sus empresas, ¿será capaz de absorber los miles y miles de egresados universitarios que en justicia tienen derecho al estudio gratuito?
La UBV ha respondido desde su fundación creando la UBIP, la Unidad Básica Integradora Proyecto. Sumemos que, recientemente el Estado (a finales del año 2014, a través de la Ley de la Juventud Productiva) afianza los esfuerzos que se trazan desde la UBIP disponiendo que hay al menos dos formas de emplear a los jóvenes: en primer lugar, financiando proyectos productivos; en segundo lugar, absorbiendo a los nuevos profesionales. Obviamente, la primera opción es la más realista y coherente. Valga resaltar que en el texto de la Ley no aparece mencionado de manera explícita el sujeto estudiante o egresado, pero obviamente, si es joven debemos suponer que además es estudiante de media o universitaria, de modo que la ley está dirigida a todos (estudien o, por diversas circunstancias, no).
El problema como lo veo, es epistémico, pero decir epistémico es decir también geopolítico. Para los latinoamericanos, y en particular para nosotros, país petrolero, la educación debía servir para hacernos extraños el país y sus recursos, para lo cual fue necesario pasar por hacernos ajena la Patria y lejana e incomprensible su gesta libertaria e independentista. Un país que debía vender más bien regalar sus recursos debía “formar” (estrictamente de-formar) a sus jóvenes. Y aquellos que tuvieran un talento descollante, bastaba ofrecerles una oportunidad trasnacional porque el futuro no era (en) el país, sino afuera. Como la producción no era nacional no se necesitaba talento nacional, la economía dependía parasitariamente de la renta y de la exportación. La pobreza era de un 80% y sólo un 20% tuvo acceso a una renta que producía una industria donde sólo trabajaban menos de 100 mil personas. La mayoría de la población empobrecida y excluida, que viviera como pudiera.
No obstante, en febrero de 1989 el pueblo estalló. Y la insurrección no paró hasta que en 1994 la voz del pueblo fue la voz de Chávez diciendo “Por Ahora”.
Un país profundo emergió y con él, la necesidad de una educación distinta, que mirara al país, que descubriera sus recursos, que ganara identidad, pues sólo conociéndonos podíamos defenderlo.
Obviamente, el trabajo de construir la identidad es lento y laborioso, no se decreta ni cae del cielo, aunque mucho hemos adelantado en muy poco tiempo. En especial por el catalizador Chávez, por ese aluvión de identidad telúrica que nos enseñó a ver más allá de lo que podíamos, imaginábamos y soñábamos. Y para acompañar ese nacimiento, fundó desde bien temprano universidades que soñaran la Patria Buena.

[Así nació la UBV en 2003. A un año y un poco más del Golpe de Estado de Abril, a pocos meses del gigantesco sabotaje a la empresa petrolera (diciembre 2002-marzo 2003]
Nació mirando al futuro, aunque su personal docente viniera de las universidades que desde entonces llamamos “tradicionales”. Empezó el esfuerzo epistémico, teórico, práctico, metodológico de hacer lo nuevo con materiales viejos. Típica e inevitable contradicción.[2]
Han pasado 14 años desde aquel julio de 2003. Una década de precios de petróleo altos, nos hizo creer –aún en medio de refriegas, atentados, desestabilización- que podíamos sostener la revolución postergando la necesidad de producir más e importar menos. Tras la muerte de Chávez, a la que se sumó la caída de los precios del crudo detrás de la cual se encuentran las corporaciones que tienen en la mira a Venezuela, Rusia e Irán, al Medio Oriente y China, a las potencias emergentes que están rompiendo la hegemonía unilateral de EEUU; a lo que se suma el incremento desmesurado de la violencia terrorista para intentar dar un golpe de Estado definitivo sobre el supuesto de que sería fácil sin el aglutinante Chávez derrocar al presidente Nicolás Maduro; todo ello y más, como por ejemplo el habernos ganado el calificativo de “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad de los EEUU”; ha contribuido a gestar un discurso que aún en medio de terribles contradicciones plantea el nacimiento de una Venezuela post-rentista.
A esa Venezuela se opone con un odio inveterado la clase heredera que desde la Colonia y tras la guerra de Independencia -en la que participó como segundona-, se rehízo del poder, tras traicionar al pueblo de Bolívar, luego al pueblo de Zamora y ya en el siglo XX al pueblo de Fabricio Ojeda. Ese mismo pueblo que llevó al poder a Chávez y que lo rescató junto a las Fuerzas Armadas el 13 de abril de 2002. Porque como dice Dussel (citado por Vargas y Sanoja, 2015: 227-228) “pueblo es un sujeto colectivo e histórico con memoria de sus gestas, con cultura propia, con continuidad en el tiempo… pueblo como colectivo histórico… es la totalidad de los oprimidos como oprimidos en un sistema dado”. “Un pueblo será un pueblo, apunta Frelat-Kahn (2005: 79) recordando a Renan, cuando actúe motivado por ‘un mismo deseo de vivir juntos’, por ‘la voluntad de seguir haciendo valer la herencia que se recibió indivisa’”.  Es, por tanto, el de hoy, el mismo pueblo que resiste la embestida de la actual Guerra de IV Generación, que busca borrar la Constitución Bolivariana y hacerse de las riquezas nacionales, especialmente, del petróleo. Y es precisamente esta clase opresora, la que edificó el paradigma educativo que se impuso de manera hegemónica y que hoy sus herederos defienden calificando al paradigma robinsoniano y bolivariano de estafa ideológica.]

Se trata de trascender el modelo de educación para la dependencia, fundado en la memorización y representado hoy en la práctica endémica del “corte y pega”; y arribar al modelo de soberanía e independencia, que precisa de la creatividad y la innovación.
En ese sentido, educarnos para producir en función de las necesidades nacionales, pasa por lograr y consolidar el primer objetivo del Plan de la Patria: la independencia nacional. Sólo de manera soberana se pueden formar estudiantes conscientes del país y de sus recursos. Los docentes, obviamente, tenemos un reto enorme: aprender a enseñar a producir en un país que emerge cada vez más consciente de sus necesidades, de sus recursos, de sus capacidades.
En universidades como la UBV debemos aprender a producir mirando a un porvenir que se construye mientras avanzamos, es decir, formar a nuestros estudiantes para un país posible, que emplea con sentido de la escasez, con responsabilidad, con ética y sentido ecológico, sus recursos y su talento para la satisfacción de necesidades materiales y espirituales. Estudiantes que habrán de trabajar en un país que hoy aún no existe, pero que potencialmente existirá, aunque, paradójicamente, ya existe de alguna manera pues están formándose para él hoy. O como dice Terigi (2005: 68) “Lo posible no es lo que tenemos, no es ‘lo que hay’, sino lo que somos capaces de hacer en procura del futuro que imaginamos, en función de nuestras historias y de nuestro presente”.
Se trata de un país imaginado junto a sus docentes en el salón de clases y en las comunidades cuando se forman en la comprensión de sus dinámicas, en las comunidades y comunas; y esencialmente, para sí. No, como ocurre tradicionalmente, en condición de explotación –subempleados y subvalorados- para reproducir el capital.
Dicho lo anterior, el problema teórico se expresa en una educación para la independencia y soberanía nacional. Se trata de pasar de un modelo pedagógico que promueve la dependencia basado en la repetición y la memorización, a uno donde prevalezcan la invención, la creatividad, la innovación, para lo cual es necesario trabajar en colectivo (romper la individualidad egoísta), de manera territorializada (creando arraigos, sentido de pertenencia, sentido de la comunidad, rompiendo la descontextualización), y abocados a la resolución de problemas (con el fin de generar sentido de la utilidad y de pertinencia).

“Esto rompe con los enfoques clásicos del quehacer social (muchos de ellos se cobijan bajo el termino de desarrollo), ya que parte del principio de hacerse a sí mismo (al hombre –y a la mujer). En ese hacerse, aparece un conocimiento construido y compartido colectivamente, el cual no es visto como una mercancía, sino al servicio de la generación de espacios de vida sustentable, como un bien público del cual todos velamos y cultivamos.” (Aguilar, 2011: 88)

Otorgar sentido social a la educación significa introducir un giro vertiginoso en la concepción educativa puesto que durante toda la vida republicana (durante las “repúblicas oligárquicas que se fueron levantando después de las independencias de nuestros países” (Aharonian, 2007: 23) la idea robinsoniana de lo útil estuvo alejada de la praxis no así de los discursos. Era en verdad una retórica vaciada de contenido aquella que hablaba de una educación para el desarrollo, para el bien de la nación. Era falso porque no se enseñaba a producir ni a transformar sino a repetir, camuflando todo el proceso en un estéril positivismo que alejaba al sujeto de la realidad abstrayéndolo a él y a la realidad y en verdad cosificándolo y cosificándola, pervirtiendo la relación natural y humana con el conocimiento revistiéndolo de una racionalidad falsa, de un hacer ciencia e investigación ineficaz que sólo producía papel (papers) y títulos.
El sentido social vendría de emprender una educación popular que nos permita definitivamente salir del modelo ilustrado elitesco que, cuando fue “público” sirvió para consolidar el modelo capitalista rentista y dependiente que puso al servicio de los intereses de una minoría el trabajo y la explotación de las mayorías.
Debemos por tanto recordar que la idea de un conocimiento útil nos viene de Simón Rodríguez y, por el destino de las ideas bolivarianas tras la muerte del Libertador y el ostracismo a que fue condenado el maestro, entendemos que tales ideas no tuvieron calado en el sistema educativo hasta que fuera reivindicado y rescatado del olvido por el presidente Chávez.

“Yo dejé a Europa (dijo Simón Rodríguez) por venir a encontrarme con Bolívar, no para que me protegiese, sino para que hiciese valer mis ideas a favor de la causa. Estas ideas eran (y serán siempre) emprender una educación popular, para dar ser a la República imaginaria que rueda en los libros, y en los Congresos (Rodríguez, 1975: t. 2, p. 516)” (Salazar, 2011: 57).

Justo es decir que siempre hubo quienes lo recordaran y le hicieran justicia, pero sólo fue a partir de 1999 que pasó –su praxis- a formar parte del discurso oficial y directamente de los programas y pensum.

“La Educación Popular es nutrida por Simón Rodrí­guez con la teoría y la praxis, para sistematizar una visión política y filosófica que transciende en el tiempo. Precisa­mente, el surgimiento de la Educación Popular se sitúa en un contexto de cambios económicos, sociales y políticos, y marca una diferencia con los “tratados” que hasta enton­ces se habían publicado sobre la educación en general y sus principios.” (Salazar, 2011: 54)

Se busca entonces actuar sobre la realidad para transformarla haciendo mano del conocimiento, por lo que resultará imposible usarlo en el sentido de repetir ideas y conceptos elaborados fuera de contexto –por otros y con otros fines-.

“…el plan de la Educación Popular tiene que impregnarse de un espíritu transformador, impos­tergable y necesario para garantizar la independencia y la libertad ya conquistada por las armas y dar ser a las repúblicas nacientes.  (…) Es una educación para transformar “el hacer”, que no se limita al otorgamiento de título y que sobre todo valora lo que el pueblo hace, vinculado con la producción y el trabajo. (…)  Su carácter es público y, de este modo, social, para proporcionar la educación a un pueblo que ha alcanzado su independen­cia y se erige en nación.” (Salazar, 2011: 58)

Valga acotar que la educomunicación, área que por excelencia abordarán las UPA, cumple este cometido pues permite pasar “del paradigma de la imitación al de la experimentación y el descubrimiento”. En efecto, con Freire “sale la base fundamental de la construcción de una subjetividad emancipadora” y con Kaplún, “se rescata la premisa de que cuando a los educandos se los instituye y potencia como emisores, logran una verdadera apropiación del conocimiento y generan una trama cada vez más abierta de flujos comunicacionales, entre ellos y otros espacios sociales” (Aharonian, 2007: 113).

Realidad abordada. En este orden de ideas, reflexionando sobre la formación necesaria en el PFG Comunicación Social de la Universidad Bolivariana de Venezuela, es preciso construir conocimientos útiles que coadyuven en la transformación de la realidad. De ahí la necesidad de generar una educación que fomente la creatividad, que tenga sentido del territorio y construya comunidad, orientada a la solución de problemas. Y es precisamente esto último lo que la hará creativa pues, los problemas a solucionar han de ser sentidos por personas –tiempos y espacios- concretos.
Como lo plantea Aharonian “es importante mejorar el acceso local a la información relevante en un contexto específico, impulsar la formación en TIC y asignar recursos financieros (estatales) para ello”. Con proyectos como las UPA “se busca empoderar a los pobres, es decir, alfabetizar, educar e investigar pues sólo los pueblos informados y educados pueden acceder y participar eficazmente en las sociedades del conocimiento” (Aharonian, 2017: 43)
Es así como la UPA (unidad de producción audiovisual) nace como proyecto a ser ejecutado en este caso en particular, en una unidad educativa.
Entre los muchos elementos a favor está el Marco Legal, por ejemplo, en el artículo 108 de la CRBV leemos: “Los centros educativos deben incorporar el conocimiento y aplicación de las nuevas tecnologías”. Y en el artículo 9 de la Ley Orgánica de Educación, en el aparte 3 se lee: “En los subsistemas del Sistema Educativo se incorporan unidades de formación para contribuir con el conocimiento, comprensión, uso y análisis crítico de contenidos de los medios de comunicación social”.
En extenso, podemos afirmar apoyándonos en la Lopna, en La ley Orgánica de Educación y en el Plan de la Patria que el Estado debe garantizar servicios públicos de radio, televisión y redes de bibliotecas y de informática para permitir el acceso universal a la información, en tal sentido consideramos que en especial, los centros educativos deben incorporar el conocimiento y aplicación de las nuevas tecnologías con el fin de crear las condiciones que permitan la articulación entre la educación y los medios de comunicación y contribuir al desarrollo del pensamiento crítico y reflexivo, la capacidad para construir mediaciones de forma permanente entre la familia, la escuela y la comunidad, en conformidad con lo previsto en la Constitución de la República y demás leyes.
Así podremos alcanzar un nuevo modelo de escuela, concebida como espacio abierto para la producción y el desarrollo endógeno, el quehacer comunitario, la formación integral, la creación y la creatividad, para las comunicaciones alternativas, el uso y desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación, la interpretación crítica y responsable de los mensajes de los medios de comunicación social públicos y privados, universalizando y democratizando su acceso, con la creación de un nuevo orden comunicacional para la educación.

Objetivos. Por esta razón hemos de impulsar en los subsistemas del Sistema Educativo la incorporación de unidades de formación –que llamamos UPA- para contribuir con el conocimiento, comprensión, uso y análisis crítico de contenidos de los medios de comunicación social, pues compartimos la certeza de que la educación crítica para los medios de comunicación debe ser incorporada a los planes y programas de educación y a las asignaturas obligatorias, lo cual garantizará el acceso oportuno y uso adecuado de las telecomunicaciones y tecnologías de información, mediante el desarrollo de la infraestructura necesaria, así como de las aplicaciones informáticas con sentido crítico y atendiendo a necesidades sociales y la difusión. Ello ha de permitir la generación de contenidos basados en valores nacionales, multiétnicos y pluriculturales de nuestros pueblos, a la vez que se fomentarán los principios inherentes al Socialismo Bolivariano.
Con otras palabras, las UPA se apoyan en la necesidad de ampliar la infraestructura y la dotación escolar para darle continuidad a la incorporación de tecnologías de la información y de la comunicación al proceso educativo, y una vez alcanzado este objetivo se garantizará la producción permanente de contenidos que pueden ser difundidos a través de los medios de comunicación regionales sobre los avances sociales, políticos, culturales de la Revolución Bolivariana.
Estamos convencidos de que el fortalecimiento del uso de los medios de comunicación como instrumento de formación para la transición al socialismo, potencia los valores ciudadanos, así como el uso responsable y crítico de los medios de comunicación. En esta tarea se hace indispensable fomentar la investigación sobre la comunicación como proceso humano y herramienta de transformación y construcción social, lo cual permitirá consolidar la regulación social de los medios de comunicación como herramienta para el fortalecimiento del poder popular, promoviendo e impulsando el Sistema Nacional de Comunicación Popular (radios y televisoras comunales, periódicos comunitarios, ambientalistas, obreros, juveniles, partidistas, sindicales, campesinos, entre otros) como espacio para la articulación de significados y relaciones producidas desde la práctica de la comunicación social y humana, con el fin de transformar la realidad desde el Poder Popular organizado.
Como dice Zecchetto (2010: 103): “Está por delante, pues, la tarea de la formación de educadores en la comprensión y uso de los lenguajes audiovisuales y nuevas tecnologías y dentro de un contexto de filosofía de la educación. Está claro que todo esto requiere de estructuras susceptibles de adecuarse a estas exigencias”.

Metodología.
Sobre el entendido de que la educación debe promover la independencia, lo fundamental es comenzar a construir un concepto de trabajo (de producción, de economía) que haga realidad esa independencia. Insisto: no se puede formar ciudadanos independientes si una vez que egresen de la Universidad tienen que trabajar como asalariados en una empresa que explotará su fuerza de trabajo (su talento, sus destrezas) para reproducir el capital.
De modo que la independencia debemos construirla diseñando espacios de trabajo independiente, autónomo, articulados a una economía social emergente.
Por ello, es necesario pensar una educación que permita a los estudiantes construir su propia fuente de trabajo, es decir, su emprendimiento.

“En la búsqueda por contribuir a eliminar las barreras de la exclusión, los emprendimientos productivos orientados a la inclusión social —o em­prendimientos socioproductivos— generan y ofrecen bienes o servicios con la finalidad de que los procesos de producción y la inserción en el mercado faciliten el desarrollo personal y la integración social de quienes se encuentran excluidos.”

“Los emprendimientos productivos de inclusión social manifiestan diver­sos formatos, tales como asociaciones civiles, empresas sociales, coo­perativas o empresas tradicionales. A su vez, son impulsados por acto­res de diversos ámbitos de desempeño que buscan favorecer la inclusión a través de lo productivo” (Mercedes, 2013: 9-10)  

En esta línea de Investigación-Acción se inscribe el proyecto UPA, el cual busca formar a los estudiantes como productores audiovisuales. Como se sabe, la formación tradicional del PFG brinda nociones y contenidos generales, pero llegada la hora de que el egresado trabaje recibirá invariablemente un entrenamiento especial y particular para poder desenvolverse cabalmente.
Lo que persigue el proyecto UPA es que durante la formación en el PFG se cree una línea de formación transversal que especialice a los estudiantes y futuros egresados en producción audiovisual. Que los dote de las competencias necesarias y suficientes para insertarse en los circuitos actualizados de generación de contenidos audiovisuales educativos en y para televisión y comunicación 2.0.
Las UPA de alguna manera parten de la toma de conciencia de que “el proyecto tradicional de educación empezó a entrar en crisis, pues no podía seguir sosteniéndose sin incluir el instrumental audiovisual en su proceso global. Por otro lado, una enseñanza que asumiera los nuevos lenguajes tecnológicos requería de educadores formados y con competencia audiovisual. En los dos casos, los instrumentos y los lenguajes audiovisuales debían formar parte integral de los nuevos modelos de experiencias educativas” (Zecchetto, 2010: 102).
La mencionada transversalización se ha logrado a través de lo que hemos llamado “Planes de Formación”[3] que consisten en talleres de una a dos jornadas dictados por especialistas en áreas como sonido, cámara, lenguaje, fotografía, redes, economía productiva, entre otros. La idea es que los contenidos de estos talleres se incorporen a los contenidos curriculares, y en especial, que los docentes participen prestando tiempo y espacio de sus unidades para que los talleres no ocurran extra-cátedra, es decir en horas libres, sino en las dinámicas de formación formal y normal sólo que, con un incentivo o un plus, un algo más necesario, estratégico, fundamental para alcanzar el objetivo de capacitación profesional para productores independientes. Entendemos con Elizabeth Alves (2010: 142-144), que nuestros talleres:

“forman parte de las sesiones de trabajo colectivo con propósito formativo para el saber-hacer (…) La formación como parte del hacer aplica, de manera directa, el aprendizaje adquirido en el mismo momento en el cual se están adquiriendo los nuevos aprendizajes de forma cooperativa (…) De la acción formativa a la acción social de trabajo se pueden presentar ciclos tan cortos que pueden parecer simultáneos.

Porque es del trabajo de donde ha de surgir “la necesidad de formación como un continuo para profundizar en la realidad” (Alves, 2010: 144)
Los talleres han funcionado como introductorios, y la idea es que poco a poco y según las exigencias y necesidades vayan ganando en complejidad y profundidad. Hay que recordar que para la fecha –junio de 2017- el Proyecto que actualmente coordino y que tiene como objetivo crear una UPA en el Complejo Educativo Simón Rodríguez ubicado en el barrio Pinto Salinas Sector El Marite, se encuentra cerrando el segundo año. Es decir, nos encontramos en la mitad, por lo que me permito hacer un balance y una proyección.
El grupo ha cumplido tres planes de formación y este último, que transcurrió en el primer semestre del 2017, tuvo la cualidad de que involucró a más profesores y profesoras, más espacios y recursos, y en especial contó con la producción de la investigadora Diana Acosta, doctora adscrita al PFG Comunicación Social, quien lo dotó de una mirada más amplia y de más largo aliento.
El año académico próximo (períodos 2017-II y 2018-I) lo dedicaremos, entre otros elementos, a la construcción de la factibilidad económica del proyecto para que el cuarto y último año lo empleemos en el registro de la empresa y la búsqueda y canalización del financiamiento.
Valga informar que esta iniciativa de la UPA de alguna manera acompaña las gestiones por una Universidad Productiva que desde la Coordinación de Integración Socioeducativa se vienen realizando[4]. El movimiento ha resultado si se quiere simultáneo y hace parte de una misma estrategia que involucra a todos los demás Programas de Formación de Grado en la construcción de un Mapa Productivo del Eje Geopolítico Cacique Mara hacia la creación de una Feria Productiva a la que sean convocados entes financieros en procura de lo que se conoce como “capital semilla”. Valga apuntar que este apoyo financiero –el apalancamiento como se suele decir- debe ocurrir cuando científicamente se demuestre la factibilidad económica del proyecto (algo que ha sido prácticamente ignorado hasta ahora), por eso es que la Feria Productiva debe exponer no sólo la idea del proyecto sino la factibilidad, ante la comunidad y, en especial, ante los entes financieros.
Todo este plan estratégico busca darle coherencia y continuidad –así lo interpretamos- a la Resolución 1282 publicada en Gaceta el 11 de julio de 2011, donde se lee, entre otros considerandos, que:

La transformación universitaria pasa por el estímulo y apoyo al desarrollo del protagonismo socioproductivo de las y los estudiantes, de modo progresivo y diferencial, así como de la multiplicación del número de proyectos productivos universitarios, que contribuyan a innovar con fuentes de trabajo y a generar nuevas oportunidades de inserción socio-productiva, con el fin de promover condiciones para la producción autónoma de base científico-técnica independiente, como vía de fortalecimiento de la soberanía nacional”.

Porque, como lo leemos en Empresas y emprendimientos productivos de inclusión social, algunos aspectos estratégicos:

“Para que los emprendimientos socioproductivos logren valor económico y valor social de manera significativa en cuanto a su impacto y su escala, es fundamental la existencia de un entorno favorable que los considere con sus posibilidades y sus dificultades. Este entorno debe ser cons­truido por una diversidad de actores, pero la presencia del Estado es determinante”. (Mercedes, 2013: 12)

La realidad nos dice que los proyectos productivos requieren apoyo financiero, pero este debe recaer en alguna figura jurídica. Y, si hablamos de grupos de proyecto, obviamente se deben crear emprendimientos productivos a través de una sociedad de productores en las que participen estudiantes y egresados y muy probablemente, personas de la comunidad. Valga apuntar que una empresa, como la define Bologna (2006: 250):

“es, por definición, una organización, un microsistema social, una forma de cooperación, cuya razón de ser no reside sólo en su capacidad de producir mercancías en grandes cantidades sino en el plusvalor creado por la cooperación, en el valor añadido creado por el empleo de técnicas y de inteligencias humanas”.

Estas empresas sin duda novedosas al menos desde la UBV, deben construir su factibilidad social y cultural, no sólo económica, o bien, esta última, sobre la base de aquéllas. Desarrollando un “trabajo cooperante emancipador”, el cual entenderemos como:

“aquél de naturaleza asociativa y consciente que permite la complementación de capacidades y habilidades objetivas y subjetivas de los trabajadores y trabajadoras participantes en la elaboración de procesos colectivos de producción (y de servicio). El aporte individual cobra significado y reconocimiento en el trabajo mancomunado y articulado entre todo el colectivo. Existe una identificación con el hacer y su relevancia social e histórica, por eso rompe con la alienación y favorece la creatividad y la racionalidad humana. En tal sentido, en este tipo de trabajo, se realizan actividades individuales y colectivas en las que se manifiesta el empoderamiento, por parte del colectivo de trabajo, del saber transformador” (Alves, 2010: 133)  

Y uno de los elementos que fortalecerá la empresa comunitaria –en este caso, la UPA- es la creación de un núcleo articulador, una suerte de escuela popular de comunicación que permita –en el sentido expuesto de saber transformador- formar para la producción de contenidos educativos de manera territorializada. Sobre las escuelas populares como estrategia articuladora entre la UBV y las Comunidades en 2010 reflexionaba lo siguiente:

“hay intercambio intelectual (y actividad física) –por tanto, no valorización del capital y en consecuencia des-alienación- cuando el salón de clases se territorializa, los sujetos se subjetivizan, es decir, se organizan para aprender y trabajar juntos, colectivamente, de modo que el salón de clases –glosando las condiciones que hacen posible el método IAP (Montero, 2006: 35)- deviene espacio para la

- participación,
- sistematización de los métodos que permiten la transformación y la recreación
de la realidad,
- reflexión colectiva,
- reflexión crítica,
- exploración con múltiples técnicas y estrategias,
- asunción de compromisos,
- planificación rigurosa que permita «improvisar ante situaciones inesperadas»

Como bien nos lo explica Boaventura De Sousa Santos (2008: 43) la investigación acción define y ejecuta proyectos de investigación que involucran a las comunidades y a las organizaciones populares, que avanzan articulando sus intereses con los «intereses científicos de los investigadores» de modo que «la producción del conocimiento científico se da estrechamente ligada a la satisfacción de necesidades de los grupos sociales que no tienen poder para poner el conocimiento técnico y especializado a su servicio a través de la vía mercantil» (León, 2010: 8).

De la UBIP sin Proyectos a los Proyectos Socioproductivos
Por todo lo dicho, observamos un giro hacia la conciencia productiva que se expresa en la urgencia de generar proyectos que transformen la realidad y generen espacios de independencia y soberanía económica. Como se apunta en el libro editado por la Corporación Andina de Fomento:

“Por su razón de ser, los emprendimientos socioproductivos deben ob­tener resultados sociales y económicos. El valor social se explica por la propia finalidad del emprendimiento —la inclusión—, que va de la mano del empoderamiento individual (personas que se asumen como sujetos de sus propias vidas) y colectivo (capacidad de organizarse en grupo, identificar sus necesidades, definir sus proyectos, negociar). En cuanto al valor económico, permite a sus integrantes obtener ingresos para vivir de su trabajo, sostener el emprendimiento en el tiempo y que éste de­penda lo menos posible de fuentes únicas de financiamiento”. (Mercedes, 2013: 17)

En ese marco se inscriben las UPA, no obstante, siempre surgen aprensiones derivadas de la manera tradicional que se tiene de educar cónsona con el capitalismo dependiente. Superar el rentismo pasa por consolidar un sistema educativo que promueva una economía productiva y para ello es necesario superar los límites del positivismo, de la falsa ciencia y el subdesarrollo tecnológico. Y la única manera de lograrlo es construyendo pensamiento, ciencia y tecnología concretas, territorializadas, comunitaria, en diálogo con el mundo, pero en particular, con y desde la situación, la localidad y el contexto. Como advierte Oscar Varsavsky, se vislumbran nuevos estilos tecnológicos

“…aún no puestos en práctica en ningún país, entre otras cosas por no haberse planteado teóricamente este problema con suficiente anticipación para tomar las medidas prácticas correspondientes, en vez de someterse al mito tecnológico por falta de alternativas visibles, aunque existan por ahora sólo en la mente de los hombres. Es éste el sentido más profundo que puede tener el habitual deseo de “independencia tecnológica”, y cada país o grupo de países que lo realice habrá creado una “tecnología nacional” (Varsavsky, 2013: 29)

Para ello se requiere, ahora sí de verdad y no sólo desde un teorizar aéreo:

“pasar del conocimiento disciplinario al transdisciplinario integrado de manera transversal: de la homogeneidad de los lugares y actores sociales a la heterogeneidad; de la descontextualización social hacia la contextualización; de la aplicación técnica y comercial a la aplicación socialmente solidaria, a la democratización y a la inclusión en la participación como forma de hacer más transparente las relaciones entre las universidades y otros centros de investigación u organizaciones sociales con las Comunidades, Consejos Comunales, proyectos socioproductivos, misiones y Bases de Misiones.” (Vargas y Sanoja, 2015: 316)

Esto se posobilitará, según los autores citados, a través de la creación de Talleres de Ciencia (las Escuelas de Comunicación Popular mencionadas arriba serían de este tipo), que definen como: “programas de investigación monográfica que combinan la investigación-acción con la ecología de saberes, que considera a la realidad como un conjunto cuyos elementos se articulan en el tiempo y el espacio” (Vargas y Sanoja, 2015: 316)
En sentido estricto debemos procurar, los y las docentes del PFG Comunicación Social, abrir e impensar las Unidades Curriculares (las tradicionales materias) y convertirlas en espacio para el diálogo con la realidad y el compromiso de transformación. “Consideramos que impensar las ciencias sociales (proceso aplicable a las Unidades Curriculares y las áreas de conocimiento en general) significa reconciliar lo estático y lo dinámico, lo sincrónico y lo diacrónico, analizando los sistemas históricos como sistemas complejos con autonomía, y límites temporales y espaciales” (López, 2009: 237).
Valga reafirmar que esta transformación no es otra que pasar de una economía capitalista a una socialista, de la anomia social y el individualismo depredador a la vida comunitaria, al sentido de comunidad.
Porque, como dicen los autores citados:

“Quizás la lucha más enconada en la que se encuentra la Revolución Bolivariana en los actuales momentos es lograr la ruptura de la hegemonía de la propiedad burguesa mediante nacionalizaciones realizadas desde el Estado, la construcción de la propiedad social con la participación directa y el control de los trabajadores y trabajadoras, de los campesinos, obreros, mujeres, juventud (y no de la burguesía ni de la pequeña burguesía alienada) en innúmeros proyectos socioproductivos y, simultáneamente, la construcción y fortalecimiento del pueblo como sujeto histórico mediante la gestación de una ética y de una cultura revolucionarias y la creación de un componente cívico militar comprometido con el socialismo, como garantía de la irreversibilidad del proceso” (Vargas y Sanoja, 2015, 261)

Conclusiones
Esta ponencia hace parte del proceso de construcción del Proyecto UPA, el cual con un grupo de estudiantes de comunicación social venimos desarrollando, con el propósito de que, al graduarse, puedan ejercer de manera autónoma el oficio de comunicadores sociales. La particularidad de este proyecto es que visualizamos la UPA al interior de una escuela, para que de este modo acompañe de manera transversal a los niños y niñas, maestros y maestras, en un proceso complejizado por la interacción de las Tecnologías de la Información y la Comunicación.
El Programa de Formación en Comunicación Social tiene estipulado durar cuatro años; de lo que se trata es que en el transcurso los estudiantes reciban una capacitación que les permita la creación de un emprendimiento productivo, en otras palabras, de una empresa que preste servicios en la producción de contenidos audiovisuales con la participación de la comunidad educativa, y, especialmente, con arraigo territorial, es decir, con conciencia de la escuela y de su entorno, de la región y el país.
Producir comunicación es hoy una de las actividades más importantes y decisivas. En ese sentido, la UPA es un esfuerzo por aprender a hacer comunicación (educomunicación) con la participación de niños, estudiantes y profesionales de la educación, partiendo de la siguiente premisa: la comunicación necesaria es aquella que necesitamos hacer para transformar la realidad.
Entendemos que: “El despliegue de los recursos digitales configura un nuevo ecosistema del aprendizaje que integra lo oral, lo impreso y lo digital; la enseñanza, la colaboración y la experimentación; el aula, el hogar y la comunidad. No son herramientas complementarias, sino un entorno nuevo, inesquivable y que debe ser dominado por alumnos y profesores.” (Fernández, 2017)
Pero, pese a esta realidad que emerge y puede sobrepasarnos, somos testigos de que “La formación docente en el uso de los recursos digitales es inadecuada. Insignificante en la universidad, errática en el trabajo, sesgada hacia la informática de usuario en detrimento de la competencia pedagógica digital y sin vinculación a proyectos colaborativos” (Fernández, 2017). En tal sentido, creemos que una unidad como la UPA, transversal a la escuela y de alguna manera integrada por los niños, maestros y en extenso por la comunidad de madres y padres, por la comunidad toda, puede desde las bases iniciar un proceso de interacción con tecnologías tan determinantes de la realidad hoy día. Como todos sabemos: “Con la digitalización vivimos un cambio social equiparable al que, en su día, con la imprenta, supuso el arranque decisivo de la institución escolar, pero más veloz” (Fernández, 2017). Aunque compartimos la paradoja de que “es más fácil crear una institución de la nada que transformarla con toda su pesada inercia, por lo que entramos en una larga travesía experimentación, incertidumbre y resistencias” (Fernández, 2017).
El Proyecto busca vencer esta inercia, y los estudiantes y la comunidad educativa están llamados a construir una relación inédita que esperamos será fructífera.


Bibliografía
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Terigi, Flavia (2005) “Collected papers: sobre las decisiones en el gobierno de la educación”. En Educar: ese acto político. Del Estante Editorial. Buenos Aires (Pp. 63-73)

Vargas, Iraida y Sanoja, Mario (2015) La larga marcha hacia el Estado Comunal. Tesis sobre el socialismo bolivariano. El Perro y La Rana. Caracas

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Zecchetto, Victorino (2010) “La educomunicación y sus horizontes”. En Comunicación comunitaria. Apuntes para abordar las dimensiones de la construcción colectiva. La Crujía. Buenos Aires, Argentina (Pp. 95-106)














[1] Doctor en Ciencias para el Desarrollo Estratégico. Universidad Bolivariana de Venezuela. Eje Geopolítico Cacique Mara. PFG. Comunicación Social. Núcleo Académico: Saberes, Transformación Social y Trabajo Liberador “Simón Rodríguez” joseleon1971@gmail.com
                 
[2] En 2005 escribí una larga reflexión sobre este tema: “Proyecto UBV”. Se puede leer en: https://investigacionubv.wordpress.com/2012/03/24/proyecto-ubv/ y descargar en https://es.scribd.com/doc/14299311/Proyecto-UBV
[3] Noticias vinculadas a estos Planes de Formación se pueden leer en el blog del Proyecto UPA: http://unidaddeproduccionaudiovisual.blogspot.com/
[4] Noticias al respecto se pueden leer en http://nucleosimonridrigueznoticias.blogspot.com/